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En varios de nuestros países de Latinoamérica el fin de semana pasado se ha celebrado el día de las madres o de la familia, como suele recordarse en las escuelas argentinas, previendo el caso de algún niño que no tenga a su madre con el.
Este momento, nos moviliza a aquellas que somos mamás pero también como hijos.
Se entrecruzan multiplicidad de sentimientos y pensamientos.
Algunos siendo ya adultos, vemos a nuestras madres mayores, desde alguna posición de indefensión y dependencia, cuando ellas han sido las "fuertes", "las luchadoras" y ahora por la edad pasaron a ser un poco nuestras propias hijas. Llega un momento en el cual ya no están con nosotros.
"Los
padres a los 40
Ahora es el momento de ellos, nuestros
padres, en una ecuación exactamente opuesta y proporcional a la que les
planteaba con los hijos, pero de la cual, diría, obtenemos los mismos
resultados, nos vinculamos con ellos, los que nos constituyeron como persona.
Mayormente a esta edad aquellos que
tienen la fortuna de tener a sus padres, pasarán a ser un poco padres de ellos
también. Aunque lo nieguen, aunque se resistan, es una ley inapelable.
Cuando el mito popular dice que se
vuelven como niños, a lo que en realidad hace referencia es a este vínculo que
se ha transformado.
Ahora somos nosotras quienes cargamos la
mochila de la responsabilidad, del respeto y cumplimiento de las normas y
convenciones. Yo creo que a ellos sencillamente no les interesa, dejó de ser
algo importante en sus vidas. Puede haber sido tal vez a causa de que nosotros
mismos hemos crecido y los liberamos de esa responsabilidad de cuidado y
dependencia. No se, es lo que humildemente creo.
No sabemos bien que es lo que les
sucede, cuando lleguemos a su edad quizás podamos vislumbrar algún dato
razonable.
Puede ser que estén satisfechos ya con
su trabajo social y que sea solo un tema de sentimientos, como todo en esta
vida, de sentir que ahora le corresponde a otros.
Ese es nuestro lugar ahora, el de las
responsabilidades, el cumplimiento del deber, de cuidar de todos y todo el
tiempo.
Inexorablemente nos convertimos un poco
en sus padres. Negando siempre las características compartidas y heredadas. Cada
vez más nos acercamos a ellos sin saberlo, copiando los modelos que tuvimos de
ellos.
Ellos que fueron nuestros primeros y
últimos maestros. Ellos que con su ejemplo y sin percibirlo, ni ellos ni
nosotros, nos fueron moldeando cual arcilla de dios, a su imagen y semejanza.
Mayormente nuestro sentimiento es de
deuda, de obligación para con ellos, aunque suene feo, sabemos que es así.
Habrá distintas medidas de deuda o agradecimiento, pero esa es la esencia,
aunque intentemos negarla.
Los vemos ahora frágiles, dejando atrás
las fortalezas que conocimos y sentimos la necesidad de cuidarlos, de
protegerlos, de acompañarlos, aunque no nos hagan caso, a pesar de sus
inconciencias o locuras. Cual adolescentes rebeldes muchas veces se niegan a
cumplir con lo que se les aconseja, con las recomendaciones de salud o
seguridad. No creo que esto radique en la inconciencia, simplemente no les
importa, “están mas allá” o “de vuelta”, como se suele escuchar.
En estos momentos, ese lazo y deber de
nuestra parte, es aún mas fuerte, porque en el fondo es inquietante la idea de
no tenerlos a nuestro lado.
Cuando murió mi madre, siendo que mi
padre había muerto ya hacía mucho, un amigo me dijo muy sabiamente que ese
dolor tan fuerte que yo sentía tenía que ver con un tipo particular de ausencia.
Se refiere a la falta de ese alguien significativo, que nos sostenga, que nos
aloje. Esa importante pérdida hace referencia a perder el hilo que nos condujo
hasta donde estamos ahora, ese hilo se ha cortado para siempre y ya no hay nadie
ahí para tomarnos de la mano, para sostenernos con una mirada. Ese temor es
único e inexplicable y nos acompaña hasta el momento en que ellos ya no están a
nuestro lado, y después… después es todo nuevo, nuevamente a rearmarse, como
cuando nuestros hijos dejan la casa, como cuando entramos al grupo de las
cuarentonas, como cuando se nos presenta esta cuarentena llena de
incertidumbres."
También esta fecha tan especial nos lleva a recordar muchos momentos vividos con NUESTROS propios HIJOS.
A medida que van creciendo y haciéndose mayores hay momentos de nuestras vidas compartidas que si bien se vuelven mas lejanos, los podemos pensar con mayor objetividad, aunque nunca seremos completamente objetivos... nunca jamás desde este lugar de mamá lleno de sentimientos y emociones.
Si logramos, a medida de que pasa el tiempo, reflexionar acerca de los sucesos y decisiones tomadas.
Como suelo decir: "gracias a tantos años de terapia psicológica he podido librarme de las culpas". Hoy estoy convencida de que en cada momento hacemos LO QUE PODEMOS y no tanto lo que queremos, todo el contexto nos condiciona para que así sea.
Si hay algo que hoy les puedo asegurar, luego de ejercer por casi 20 años la maternidad, es que ellos, nuestros hijos nos otorgan este rol de mamá, sin ellos este lugar y función se diluye.
Ser mamá es un sentir y un vivir, no hay escuelas para aprender a ser mamá, no hay ensayos, ni ranking, ni premios ni calificaciones. Yo les diré haciendo juicio de valor, para mí nos brinda todo eso y más pero desde el ámbito privado, dentro de ese vínculo único que se produce con cada uno de nuestros hijos. Afortunada y esperablemente todo esto va cambiando a lo largo de los años, es parte de la vida aceptar esta evolución, los hijos crecen junto con nosotros, esto es algo normal y saludable.
La situación de pandemia generada por el Covid ha dejado en mayor evidencia sentimientos maternales y reflexiones profundas acerca de esta relación única que tenemos con nuestros hijos.
Les dejo otro fragmento de mi libro que pone, aunque sea un poco, en palabras este sentir de madres.
"Desde lo personal continuo en diferentes
momentos con cada uno de mis hijos, cada uno de ellos me presenta diferentes
desafíos y vivencias, donde de poco sirve la experiencia. La experiencia nos
sirve a nosotras para estar mejor plantadas, ni más ni menos. O esta seguridad,
tal vez nos la brindó la edad y esta etapa de cuarentona que nos libera de
muchos prejuicios e inseguridades.
Ser mamá nos remite a una relación única
con cada uno de ellos, nuestras crías, en una díada que no permite
interferencias, aunque sí influencias.
¿Como nos encuentra este contexto de
encierro generado por la cuarentena? ¿qué nuevos desafíos nos aporta?
Mi mejor definición: “efecto mamá
gallina”
A mi modo de verlo aflora nuestro instinto
maternal mas primitivo.
No pueden negar que se han preocupado
ante la aparición de la pandemia, sea del modo que sea.
Con un sentimiento visceral e
inexplicable que desechaba las afirmaciones científicas acerca de los grupos de
riesgo o no riesgo. Aunque exista una probabilidad estadística ínfima de
afectación para ellos, cualquier estadística se torna inválida ante nuestro
sentimiento y necesidad de protegerlos, ahora y siempre. Independientemente de
su edad o independencia.
¿Cómo nos encontró la pandemia?
Algunas encerradas con sus hijos
ajustando todos los protocolos y más ante la mínima posibilidad de riesgo de
contagio.
Algunas nos despertamos un día con la
fría y dura certeza de que nuestros pollitos han crecido y que ya no están bajo
nuestras alas. Dependiendo de las circunstancias particulares haremos todo lo
posible para volver a cobijarlos, a resguardarlos bajo nuestras alas.
Todas y cada una de nuestras crías serán
defendidas con uñas y dientes y protegidas de todas las formas posibles, e
imposibles…
No han de salir… pero por ellos
saldremos… por ellos moriremos si es necesario…
Aunque sean niños, grandes, caprichosos,
malcriados o mejor dicho mal aprendidos. Las disputas con ellos son parte de la
sazón cotidiana, causa indiscutible de abrir los ojos en las mañanas, aunque a
veces sus palabras y actitudes nos atraviesen cual lanza y nos partan a la
mitad. También nos dan la posibilidad de rearmarnos, de levantarnos y volver al
ruedo diferentes y aún más fuertes.
Ellos tan nuestros y a su vez tan
extraños y tan ellos. Por supuesto que es genial que así sea, que puedan y
deban ser ellos, pero que aún en los más mínimos detalles de sus actos y de su
ser nos podamos encontrar cuando nos sentimos perdidas.
Un gesto, un tono, la forma de reír o
llorar nos enlaza de nuevo a su ser, el de cada uno de ellos, con sus
diferencias y particularidades, porque innegablemente hay algo de nosotras en
su esencia."
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